La caída en octubre de BlackBerry vuelve a poner sobre el tapete el análisis acerca de la desconexión. ¿Podemos vivir sin Internet?, ¿nos angustia la idea de un mundo sin redes sociales, servicios de mensajería instantánea y SMS?
En este contexto se hace patente un síndrome cada vez más difundido: la nomofobia, un término inglés que refiere al miedo de salir a la calle sin el celular.
70 millones de usuarios se vieron afectados por la caída del sistema provisto por Research In Motion (RIM), el pasado mes de octubre. El patatús no hizo distinciones entre el primerísimo primer mundo y los países en desarrollo: el fabricante canadiense, famoso por sus terminales BlackBerry, informó que la interrupción del servicio se extendió durante tres jornadas en Medio Oriente, Europa, India y África; un día en Estados Unidos; y más de veinticuatro horas en Canadá y Latinoamérica. Por fuera de las gacetillas, comunicados y pedidos de disculpas con aire de CEO, algunos usuarios informan que la baja fue más extensa que aquello que se ha informado oficialmente.
Los amantes de BlackBerry, acostumbrados a la más pura conexión, no tardaron en alzar sus voces de disgusto y, en muchos casos, de desesperación. “¿Cuándo podré volver a chequear el muro de Facebook mientras voy en colectivo hacia el trabajo?, ¿cuánto tiempo más viviré sin BB Messenger?, ¿dónde me guardo mi número de PIN, el mismo que promocionan las celebridades como la última tendencia, lo más chic en términos móviles?”. Ante el reclamo a nivel mundial y repetidas amenazas de demandas por parte de la clientela, RIM decidió compensarlos con un paquete de contenido premium valuado en unos cien dólares, disponible en forma gratuita.
Muchas de estas aplicaciones podrán ser descargadas hasta el 31 de diciembre de 2011 en la tienda online de los canadienses, la BlackBerry App World. Aparecen juegos de Electronic Arts y Gameloft, además de herramientas útiles como un traductor y un editor de imágenes. Mike Lazaridis, ejecutivo de la firma, añadió a los beneficios un mes completo de servicio técnico sin coste adicional, esperando recuperar con ello la confianza de los millones de usuarios alrededor del mundo. Frente al apagón y en vistas a la posterior indemnización, insuficiente para muchos, las redes sociales se convirtieron en una tribuna de sollozos, anuncios oficiales, debate, e incluso bromas. Twitter demostró una vez más su potencial para la interacción dinámica. En 140 caracteres, responsables de RIM en diversas regiones informaban acerca de la interrupción y de los trabajos para recuperar el servicio.
Los BBs buscaban tonto consuelo en el mal de muchos. Otros, por lo general anotados en los beneficios de otras compañías móviles, aprovecharon la ocasión para hacer leña del árbol caído: el gran público hizo causa común bajo el hashtag #OtrosUsosParaElBlackberry.
¿Qué usos alternativos se le puede dar a un BlackBerry sin servicio? Reproducimos a continuación algunos de los mensajes más ocurrentes aparecidos durante aquellas jornadas: “Para amenazar a tu hijo si se porta mal y decirle que si lo vuelve a hacer le quitarás el iPhone y le darás un BlackBerry”; “para sujetar los papeles cuando hay viento”; “para tomarle fotos al nuevo Android que acabas de comprar”; “para colocarlo en modo avión y lanzarlo por la ventana”.
Algunos fueron más crueles e impiadosos con los afectados. Muchos se atrevieron a afirmar que el viejo Nokia 1100 es un teléfono superior a cualquiera de los desarrollados por RIM, incluso con sus teclados QWERTY, su perpetua conectividad y sus aplicaciones. Un twittero publicó: “En este momento tu BB tiene las mismas funciones que el Nokia 1100. ¡Ah, no! ¡El Nokia 1100 tiene linterna!”. Otros, aunque con ánimos también humorísticos, fueron más analíticos en sus consideraciones: “Millones de usuarios de BlackBerry han caminado hoy por la calle mirando hacia adelante y no hacia abajo”.
Más allá de las chicanitas móviles, este acontecimiento vuelve a poner sobre el tapete el análisis acerca de la desconexión. La oferta RIM es un paradigma de la creciente tendencia que implica vivir conectados a tiempo completo, hábito que no solamente experimentan los usuarios de BB, sino todos aquellos que llevan un smartphone en el bolsillo, los felices poseedores de tabletas, notebooks y computadoras de escritorio. ¿Somos capaces de vivir sin Internet?, ¿qué sentimientos despierta en nosotros la idea de un mundo sin servicios de mensajería, sin mensajes de texto, sin emails a cielo abierto, sin muros de Facebook y comunicación en acotados caracteres?
El periódico español El País publicó una interesante nota titulada “¿Cómo se vive sin BlackBerry?”, donde se reproducen algunos casos. Una escena elocuente inaugura el artículo en cuestión: “Ejecutivos que salen a fumar agarrados a su BlackBerry de manera compulsiva. Esa es la imagen que se encuentra en la zona de Azca, centro financiero de Madrid, a media mañana”. Luego, aparece el día a día. Un constructor afirma que desde que usa BB sale sin su portátil y que la caída afectó su viaje de trabajos. Un comerciante barcelonés asegura que la avería ha entorpecido enormemente su labor y que incluso su jornada debió extenderse al llegar a casa, para enviar correos y realizar algunos llamados. Una adolescente de 14 años confiesa que no ha parado de morderse las uñas por la ausencia del servicio de mensajería instantánea. Otra muchacha, a pesar de admitir que no se trata de un asunto vital, cuenta que se vio obligada a realizar llamadas que antes resolvía a través del chat.
Lo cierto es que con el paso de los años, los dispositivos tecnológicos han ido mezclándose con el hábito cotidiano de millones de personas que se valen de ellos para trabajar, comunicarse y entretenerse. Un inmigrante digital (la generación anterior a los nativos digitales, contemporáneos de la difusión web y el boom tech) acaso alzará las cejas y dibujará un gesto de asombro ante el desconcierto que sufre aquel que no puede utilizar su teléfono móvil o computadora, digamos por un par de días.
Este mismo hombre, verá su rutina alterada si no contase con luz eléctrica en su casa durante algunas jornadas: no podría disfrutar de su programa de TV favorito al regreso de la oficina, cenaría frente a la tenue luz de las velas, y caminaría por los pasillos de su casa a tientas, procurando no chocarse con las paredes. Ante ello, ¿qué diría un hombre del siglo XVI, anterior al gran invento de Thomas Alva Edison? Seguramente le miraría con ese mismo rostro de desconcierto.
¡Tengo miedo, no tengo celular!
En este contexto sale a la luz un síndrome cada vez más difundido, un mal estrictamente contemporáneo: la nomofobia.
La etimología del término, en idioma inglés, se explica en la conjunción de los términos no mobile (sin celular, en español), y hace referencia al temor irracional de salir a la calle sin el teléfono a mano. La denominación fue acuñada por la Oficina de Correo del Reino Unido, responsable de un estudio en aquel país que centra la mirada en la dependencia de los usuarios móviles en la relación con sus dispositivos. El informe da cuenta que 13 millones de británicos son nomofóbicos: ellos sufren estrés cuando el servicio de sus teléfonos no se encuentra disponible, en los sitios donde no hay señal o en aquellos en los cuales es preciso apagar el equipo, o cuando los olvidan en casa.
Según el mencionado informe, el 53 por ciento de los encuestados se anota en las filas nomofóbicas en aquel país. En términos de género, los hombres demuestran mayor dependencia que las mujeres, con un 58 puntos porcentuales frente al 48 correspondiente al público femenino. Además, anotan que más de la mitad de los consultados admite que nunca apaga su teléfono.
Cómo identificar al nomofóbico
¿Has experimentado una sensación similar a la desnudez el día que, ya en la calle, caíste en cuenta que el celular quedó en casa? ¿Tu piernecita no deja de repiquetear contra el suelo cuando en la sala de teatro solicitan apagar los celulares, y sientes que estás perdiéndote cosas de veras importantes?. Los siguientes son algunos de los síntomas que identifican a una persona que sufre este estrés estrechamente vinculado a la actualidad tecnológica.
El repaso se basa en un informe publicado por la revista venezolana Vida Efectiva. Cuando el nomofóbico advierte que ha olvidado el celular, regresa a buscarlo, sin importar cuán lejos se encuentre de él; ocurre que sin el dispositivo en sus manos o bolsillos, experimenta ansiedad, inseguridad, incluso temor. Es usual verle revisando la pantalla del mismo, aun en reuniones, en clases e incluso el móvil va con él cuando va al baño.
Aunque no espere llamadas, el nomofóbico es capaz de repetir este hábito más de una vez por minuto. Por último, se afirma que el estrés se apodera de él cuando se encuentra en sitios donde no es permitido utilizar el teléfono, como en cines, bancos o aviones.
En conclusión, la nomofobia se presenta como una adicción comparable a otras más estandarizadas como la de los fumadores, por caso.
Según el informe británico, los nomofóbicos pueden experimentar niveles de es
trés similares a los que viven los novios los días previos a la boda o aquellos que le temen al dentista y deben visitarle. Además sostienen que, para ellos, vislumbrar pocas líneas en el indicador de batería es un factor que despierta un alto grado de ansiedad.
Racional o no, más o menos apoyado científicamente, lo cierto es que se trata de una realidad. Un estudio a cargo de Cisco da cuenta de un fenómenoestrechamente ligado a ello. Basado en entrevistas a casi 3 mil estudiantes y trabajadores menores de treinta años, en catorce países del mundo, el mismo revela que cerca del 60 por ciento de los encuestados admite que no podría vivir sin conectarse a la Web. El 33 por ciento de ellos considera que Internet es tan importante como beber agua, comer o respirar. Entre otros datos arrojados, el informe muestra que el 40 por ciento de los estudiantes cree más valioso navegar que tener una cita o salir con amigos.
Una vez más, no echar las culpas sobre el mensajero (los dispositivos tecnológicos) parece ser la llave hacia la superación de un conflicto eminentemente vinculado a la interacción con la tecnología.